¡Saludos a las queridísimas hermanas en Cristo! Cada año durante el mes de agosto, la Iglesia centra su atención en la Eucaristía y la Adoración. Nuestro patrono San Juan Vianney (su fiesta se celebra el 4 de agosto) nos recuerda: “ No hay nada más grande que la Eucaristía. Si Dios tuviera algo más valioso, nos lo habría dado”.
Durante 30 años, Andrew Carroll ha recopilado aproximadamente 150.000 cartas escritas por soldados de las principales guerras americanas, a partir de la Guerra Civil. Muchas le fueron confiadas por las familias de los soldados fallecidos; otras aparecieron en graneros, mercadillos, cubos de basura, al hacer reformas en las casas. Las misivas tienen relevancia histórica y conmovedoras revelaciones del corazón. A través de ellas, uno puede hacer una pausa para recordar…
Del mismo modo, como hilo de oro, los escritos de la Sagrada Escritura son una llamada al recuerdo. Dios mismo (y a través de sus profetas) nos insta a recordar sus alianzas, sus maravillosas obras, su misericordia, sus perdurables promesas y sobre todo, su eterno amor. Recordad esto, fijadlo en vuestra mente, llevadlo al corazón… Recordad el pasado. (Isaías 46). Y por nuestro bien, Dios recuerda estas cosas también, incluso recuerda que ya no recordará nuestros pecados. En cuanto a nosotros, Dios nunca nos olvidará. Estamos tatuados en las palmas de Sus Manos. En la creación de un cielo nuevo y una nueva tierra, Él promete que las cosas anteriores no se recordarán ni vendrán a la mente. En resumidas cuentas, Dios recuerda la verdad, la belleza y la bondad y nos invita a nosotros a acompañarlo en este recuerdo: por nuestro bien y el de los demás.
Al tiempo que la arrolladora cultura de la cancelación presiona y conduce hacia un olvido de la Historia y una distorsión de la verdad, la belleza y el bien, nuestro Señor responde a su influjo proporcionándonos todo tipo de ayuda. Primeramente, nos ha prometido el Paráclito, el Espíritu Santo, para enseñarnos todas las cosas y recordarnos todo lo que nos ha dicho (Jn 14:26). Con su Iglesia como guardiana, el depósito de la fe está protegido. Al sacerdocio ministerial se ha confiado la vida sacramental de los creyentes, principalmente los sagrados misterios del altar. Múltiples veces, a cada hora del día, los sacerdotes repiten las palabras de Jesús: Haced esto en conmemoración mía, cumpliendo así la principal promesa de Cristo: “Estaré siempre con vosotros”.
Portadora de la vida de Cristo, María proclama la grandeza del Señor recordando todo lo que Él había hecho por ella y por otros. Millones de personas comienzan su día haciéndose eco de sus palabras que recogen la intervención divina al hacer el rezo de Laudes (Liturgia de las horas). Sabiendo por tanto que María mantiene una memoria tan extraordinaria, nosotros la invocamos con confianza para que recuerde que nunca se ha oído decir que ninguno que haya acudido a su protección, implorando su asistencia y reclamando su socorro haya sido abandonado por ella (Acordaos).
Además de las palabras, los signos ayudan a los cristianos a tener en cuenta las cosas importantes. El Señor ha puesto el arcoíris en el cielo. La Iglesia ha establecido diferentes colores para señalar los tiempos litúrgicos. La Señal de la cruz es un poderoso testigo del recuerdo de nuestra vida trinitaria, fortalecida y hecha perfecta para nosotros a través de la crucifixión y resurrección de Cristo. Mi alma no deja de recordar y se inclina en mi interior (Lamentaciones 3:20). El incienso y las llamas de las velas que prendemos recuerdan al corazón que nuestras oraciones perduran en el tiempo más allá del momento en que fueron pronunciadas. El agua bendita evoca nuestras promesas bautismales. Los sacramentales dan rienda suelta a un torrente de recuerdos de los sacramentos y de la riqueza de nuestra vida cristiana de verdad, belleza y bondad. Crucifijos, rosarios, medallas bendecidas, velos, alianzas matrimoniales, estampas, imágenes, iconos, escapularios, sal bendita- todo ello nos confirma que nunca somos olvidados.
El recuerdo también engendra actos. El sacerdote besa el altar a donde ha de llegar el Amor. La genuflexión reconoce al Rey de reyes. Nuestros corazones se llenan y luego responden, cuando recordamos a aquellos a los que la Iglesia nos invita a recordar de modo preferente: los pobres, los pequeños, los presos, los maltratados.
Como Siete Hermanas, podemos servir como iconos vivos de cristianos que recuerdan. Los recuerdos claros de nuestra identidad católica, el uso reverente de los sacramentales y especialmente nuestro ofrecimiento de oraciones sirven como antídoto para el insidioso veneno que intenta erosionar y distorsionar nuestras raíces y sentido cristiano. Ser fieles en la oración es un remedio seguro.
Cuando Andrew Carroll viaja, se ata a su muñeca el maletín donde guarda las cartas de los soldados. La suya es una tarea de recordar y preservar para después, transmitir a otros. Su acción de salvaguardar los bienes atesorados tiene un efecto. Como Siete Hermanas, a nosotras se nos ha confiado la misión de apoyar con nuestra oración a los sacerdotes y obispos que se entrecruzan en nuestras vidas. Nuestra fidelidad en la oración ayuda a mantener la llama encendida, como el detalle del dibujo de Visscher La mujer con la vela. Nuestros sacrificios de oración tienen un efecto. Estad seguras de que los escribas del cielo toman nota. San Juan Vianney nos recuerda, “Un sacerdote se va al Cielo o al infierno con un millar de personas detrás”. Recordemos: nuestro sacrificio de oración tiene un efecto en multitudes. ¡Colaboremos en llenar el Cielo!
Unidas en oración y misión… que nuestras oraciones encuentren el corazón de cada obispo y sacerdote…
…Gracias eternas por acordaros de rezar por mí un breve Ave María cada día… Un Ave María hace temblar el infierno” (San Juan Vianney). Oren para que no “estropee el hermoso trabajo que Dios me ha confiado…” (Santa Madre Teresa de Calcuta)
¡… Sus amables correos electrónicos, notas y apoyo generoso siempre llegan a la puerta de mi corazón en el momento correcto! Sus sacrificios financieros son para promover el 100% del Apostolado. ¡GRACIAS! ¡Las cartas de testimonio son muy hermosas y edificantes! ¡Con vuestros mensajes dais gran gloria a Dios!
¡Soy yo las que os estoy eternamente agradecida! Estad seguras de que sigo rezando por vosotras diariamente ante el altar.
Janette (Howe) +JMJ+