¡Saludos a mis queridas Hermanas en Cristo!
El 30 de septiembre de 2019, en el 1600 aniversario de la muerte de San Jerónimo, el Papa Francisco instituyó el Domingo de la Palabra de Dios con la carta apostólica Aperuit illis. Cada año se celebra el tercer domingo del Tiempo Ordinario (este año, el 23 de enero). La Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos declaró: “Un día dedicado a la Biblia no debe considerarse como un evento anual, sino más bien como un acontecimiento que dura todo un año, porque necesitamos crecer urgentemente en el conocimiento y el amor a las Escrituras y al Señor Resucitado, que sigue hablando a través de su palabra y partiendo el pan en la comunidad de creyentes”. Pensando en febrero -como dice un amigo-, la Escritura es la carta de amor de Dios, su San Valentín divino. ¡Debe saborearse con gran cuidado!
Cuando suben al ambón, nuestros pastores y diáconos tienen la solemne responsabilidad de ayudarnos a entender la ‘Sacra Pagina’ (las Escrituras). Por tanto, también nosotros damos gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece operante en vosotros los creyentes (1 Tesalonicenses 2, 13). El don de la predicación y la homilética exige disciplina: preparación interior y exterior, exploración de la coincidencia de múltiples textos de cada liturgia y continuo perfeccionamiento de la habilidad para proclamar con claridad lo que se ha encomendado. Toda la Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia (2 Timoteo 3, 16). Al hacer silencio intencionadamente después de la predicación, los sacerdotes nos recuerdan que debemos permitir que la riqueza de la palabra de Dios se reciba con recogimiento, sin prisas. Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétano; juzga los deseos e intenciones del corazón (Hebreos 4, 12).
Como ‘Siete Hermanas’ tenemos el entorno ideal (orando ante el Verbo hecho carne) en el que avivar la llama del deseo y el amor a la Palabra de Dios en los corazones de los sacerdotes/obispos por los que rezamos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente. Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados (Colosenses 3, 16). Para los sacerdotes/obispos: nuestras oraciones pueden suplicar un hambre interior cada vez mayor de la Palabra de Dios; un aumento del tiempo necesario para estudiar y recibir la fuerza de la Palabra de Dios; una finura que va madurando para vincular las lecturas de la Santa Misa, y también el papel y el significado de las Escrituras en la vida sacramental, en general, y en la vida de cada persona, incluyendo el propio sacerdote/obispo. Pues, todo lo que se escribió en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, a fin de que a través de nuestra paciencia y del consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza (Romanos 15, 4).
Cuando mis hijos estaban en edad escolar, me dedicaba a un ministerio que reunía a las madres una vez a la semana para rezar por las necesidades del colegio, los profesores y nuestros hijos. El líder del grupo elegía un atributo del carácter/cuidado de Dios que ponía en marcha nuestros tiempos de oración. Previamente se preparaba un versículo de las Escrituras en relación con el tema. Casi al final del tiempo que pasábamos juntos, nos agrupábamos de dos en dos. Cada madre de estas parejas se comprometía a rezar todos los días el versículo elegido incluyendo el nombre de su propio hijo en el versículo y también por un hijo de la otra madre. Demostró ser un compromiso que podía hacerse fácilmente, y tenía un efecto enorme, que aún sigue dando frutos. Así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo, y llevará a cabo mi encargo (Isaías 55, 11). Pensando en todo ello, sugiero que esto puede ser algo que podemos considerar ofrecer también por el sacerdote/obispo por el que os hayáis comprometido a orar. Si vuestro corazón brinca por aceptar esto, mantened una lista de las Escrituras de la semana. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará (Juan 15, 7).
Para terminar, la Sierva de Dios Madeleine Delbrel, mística francesa del siglo XX, lo expresa claramente, muy bien y con un desafío, en relación con los sacerdotes/obispos por los que rezamos y por nosotras mismas: “La Palabra de Dios no se lleva a los confines del mundo en una maleta. La llevamos en nosotros mismos. No la ponemos en marcha en un rincón de nosotros mismos, colocada en nuestra memoria como si estuviera en una balda de armario. Debemos dejar que vaya a nuestro propio núcleo, al mismísimo centro sobre el cual gira todo nuestro ser. No podemos ser misioneros si no hemos acogido sincera, generosa y cariñosamente la Palabra de Dios, el Evangelio, dentro de nosotros mismos. La dinámica vital de esta palabra es encarnarse, hacerse carne en nosotros. Y cuando esta palabra viene a vivir dentro de nosotros, llegamos a ser capaces de ser misioneros… Una vez que hemos escuchado la Palabra de Dios, ya no tenemos derecho a no aceptarla; una vez que la hemos aceptado, ya no tenemos derecho a no dejar que se encarne en nosotros; una vez que se ha encarnado en nosotros, ya no tenemos derecho a guardarla solo para nosotros. A partir de ese momento, pertenecemos a todos los que están esperando la Palabra.”
¡Asumamos este reto en nuestras oraciones por los sacerdotes/obispos por los que rezamos y por nosotras mismas! ¡Veamos juntas lo que hará Nuestro Señor, la Palabra Viva!
Unidas en oración y en nuestra misión… para que nuestras oraciones encuentren el corazón de cada obispo y sacerdote… mi gratitud eterna continúa cuando cada una de vosotras se acuerda de ofrecer un pequeño avemaría por mí todos los días… “Un avemaría hace temblar al infierno” (San Juan María Vianney). Rezad para que no ‘estropee la hermosa obra que Dios [me] ha encomendado…’ (Santa Teresa de Calcuta) … ¡Vuestros amables correos electrónicos, notas, llamadas telefónicas y generoso apoyo siempre llegan a la puerta de mi corazón en el momento adecuado! Vuestros sacrificios financieros son al 100% para la promoción del Apostolado. ¡GRACIAS! ¡Las cartas de testimonio son muy hermosas y edificantes! ¡Cuánta gloria se le da a Dios a través de vuestras palabras! ¡Mi gratitud eterna por VOSOTRAS! Podéis estar seguras de mi oración continua cada día por vosotras ante el altar.
Janette (Howe)
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